Me regalaron mi primera bici a los tres años. Rosa, con ruedines y una cesta donde llevar mis juguetes, tengo vagos recuerdos de conducir a lo loco y sin frenos por el parque del pueblo. Unos años después, precisamente por conducir a lo loco y sin frenos, mi segunda bici, de un rojo brillante, me llevó al hospital con una clavícula rota y una brecha en la rodilla. Pero no la abandoné. Mi tercera bici me la compré ya viviendo en Ámsterdam y le puse hasta nombre (Don Draper, porque era elegante pero ruda). Pero Draper, como buen canalla, desapareció una noche de sábado y nunca se supo más. Le siguió otra bicicleta parecida, con la que ya no me quise encariñar y que vendí cuando dejé la ciudad del vicio. Ahora en Madrid he conducido bicis ajenas un par de veces, pero nuestra relación está en stand-by.
Y la echo de menos, ay si la echo de menos. En alguna reunión de ex-expats amsterdammers todos coincidimos en que lo que más añoramos de nuestra época en los Países Bajos son nuestras bicicletas. Porque sólo un objeto como la bici te da tanto pidiendo tan poco.
Para empezar, la bicicleta te da muchísima libertad. Con ella tú decides dónde y cuándo moverte y puedes desplazarte de una punta de la ciudad a otra sólo con desearlo (bueno, y pedaleando un poco). Esa libertad además va muy asociada con el tiempo, lo único que no se puede comprar. Sin atascos, horas perdidas en buscar aparcamiento o sin necesidad de esperar al transporte público.
Por otro lado, una bicicleta cabe en casi cualquier sitio, lo que es una enorme ventaja a la hora de guardarla y aparcarla. Eso sí, es importante invertir en un par de buenos candados para mantener a raya a los amigos de lo ajeno.
Además, con una bicicleta ahorramos dinero. No solo es un transporte que está al alcance de todos los bolsillos y cuyo mantenimiento es mínimo, sino que nos evita pagar billetes de transporte público, gasolina, plazas de garaje o parkings.
Y si económicamente es positivo, el uso de la bici es aún más beneficioso a nivel ambiental. Al utilizarla estamos ahorrando toneladas de CO2 al planeta, ayudando a mantener limpio el aire de nuestra ciudad y protegiendo nuestra salud de la contaminación.
Y hablando de salud, no hay nada mejor que la bicicleta para hacer deporte sin darnos cuenta. Recuerdo que cuando utilizaba este medio de transporte a diario tenía las piernas duras como el acero y jamás me cansaba al subir escaleras (Nota mental: volver a tener las piernas como Beyoncé para el 2017).
Finalmente, además de estos factores un tanto lógicos, una bicicleta te aporta cosas mucho más difíciles de medir. Por ejemplo, pasear en bici es una fuente inagotable de aventuras y de vitalidad. Cuántos rincones de las ciudades donde he vivido he descubierto al salir a dar una vuelta y qué sensación la de notar el viento en la cara para sentir que estás vivo…
Desde luego que es difícil encontrar un medio de transporte tan humilde y a la vez con tantas virtudes. Pero no lo necesitamos, porque ya tenemos nuestras bicicletas 🙂
P.D. Y tú ¿también andas en bicicleta? ¿o te gustaría hacerlo? ¡Compártelo con nosotros!
*Foto de portada: Unsplash
Tere
noviembre 14, 2016Pues a mi también me encanta andar en bici y sólo la utilizo para ir a clase de francés a un pueblo cercano. Últimamente creo que sólo sigo estudiando para tener una excusa para coger la bici.
Alba
noviembre 14, 2016¡Cualquier excusa es buena Tere! Gracias por pasarte 😉