En este período de tiempo en el que no he publicado nada en este espacio, casi nada en Instagram y me he pasado por Facebook muy de vez en cuando, he podido mirar este blog con otros ojos y me he dado cuenta de que en él he hablado muchísimo sobre la importancia de disfrutar los pequeños momentos que nos brinda la vida para ser felices, pero he pasado por alto algo importante.
Como ya sabéis, durante estos últimos cuatro meses he estado prácticamente offline viviendo una de las experiencias más emocionantes y auténticas que puede experimentar una persona. Y estoy aprendiendo más sobre la vida de lo que jamás me hubiera imaginado.
Y es que tener un bebé me ha enseñado cosas mucho más importantes que aprender que a los niños les encanta mearte encima cuando estás cambiandoles el pañal. Ser madre me ha enseñado a no juzgar jamás las decisiones de otra persona; a asumir que es imposible tenerlo todo controlado por mucho que lo intente; a apreciar infinitamente la labor de mis padres que nos criaron con tanto amor y confianza haciendo que esto de la crianza pareciera fácil o a darme cuenta de que ser un ejemplo de persona es ahora una responsabilidad y no una opción.
Pero sobre todo, la maternidad me ha hecho llegar a una conclusión muy simple pero en la que pocas veces reparamos: el hecho de que cada instante, en su singularidad, es único e irrepetible. Y, esto es importante, no hablo de cada instante de felicidad, sino cada momento, cada experiencia, sea cual sea su naturaleza.
APRENDIENDO A VIVIR DE MANERA CONSCIENTE
Parecerá una tontería pero a mí esta realización me ha enseñado a vivir de manera mucho más consciente tanto esos pequeños momentos de felicidad (esa manita que coge la mía, esas primeras carcajadas, el peso de su cuerpecito al dormirse en mis brazos) como aquellos que no lo son tanto (las horas desveladas, los dolores, la soledad del postparto).
Extrapolando este aprendizaje a un nivel superior, estos cuatro meses me han enseñado a aceptar que en nuestra vida pasarán cosas preciosas pero también habrá etapas adversas: perderemos a personas que amamos, nos enfrentaremos a retos de los que no saldremos vencedores, y será necesario sumergirnos en esas experiencias para seguir viviendo.
En definitiva, he aprendido que la vida está hecha de claroscuros, de momentos álgidos y llenos de luz y momentos duros y tristes, y que ambos hay que abrazarlos intensamente y de manera consciente para darnos cuenta de que eso, en esencia, es vivir.
Y al darme cuenta de esto, me apetecía compartirlo con vosotros, porque me parece importante que en esta pantalla desde la que me lees (en la que seguro que también navegas por redes sociales en las que la felicidad parece ser una una imposición y en la que no hay cabida para otro tipo de vivencias) se refleje ese otro lado, que no por más difícil deja de ser parte de nuestra existencia.
P.D. Y tú ¿vives cada momento intensamente sea cual sea su naturaleza?
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Rumples
abril 11, 2018Hola Alba, tienes mucha razón en que hay que vivir igual de intensamente los momentos buenos como los no tan buenos, porque de los últimos es de los que más se aprende. Además, creo que para superar esas situaciones lo mejor es vivirlas desde dentro, apartarlas de nuestra mente no resuelve nada.
Muchas felicidades por tu bebé y me alegro de que vuelvas por aquí!
Alba
abril 15, 2018Gracias Rumples! Es cierto que intentar apartar las experiencias menos felices no resuelve nada, pero es que además pasar por ellas de manera consciente nos hace más fuertes. Un abrazo!