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LOS MINIMALISTAS TAMBIÉN ACUMULAMOS (AUNQUE NO TANTO)

Hay muchas acciones que podemos llevar a cabo cuando intentamos vivir con lo imprescindible: hacer limpiezas exhaustivas en casa, evitar las compras por impulso, evaluar nuestras verdaderas necesidades, reutilizar lo que ya poseemos para otros propósitos, etc.

 

Sin embargo hay veces que, a pesar de sabernos la teoría minimalista de carrerilla, no queremos deshacernos de ciertos objetos. Porque nos apasionan y nos emocionan, porque forman parte de nuestras aficiones o porque simplemente nos hacen sentir bien.

 

Para algunos serán los discos de vinilo y para otros las plantas, pero es cierto que casi todos tenemos cierta debilidad por algo. En mi caso por dos clases de objetos que tienen algo de puerta a otras realidades y que me reconforta tener ahí, a mi alcance para cuando quiera hacer el viaje: los libros y las fotografías.

 

En el caso de los libros, el problema con la acumulación es doble: compro demasiados, y además me los quedo todos, con lo que ocupan un espacio preciado en mi minúscula casa. He intentado pedirlos prestados en la biblioteca y ha funcionado a ratos, porque a mí con los libros me nace un sentimiento de posesión que ni Gollum con el anillo: los leo, los re-leo, los subrayo, anoto comentarios con fecha en los márgenes y los firmo con letra bien grande. También he pensando pasarme al ebook pero me gusta demasiado doblar la página y escribir con lápiz de mina en el papel. Manías.

 

En cuanto a las fotografías, también soy de la vieja escuela. Para mí las fotos son importantísimas, pedazos de historia que viajan de generación en generación y que conforman un patrimonio familiar de valor incalculable. Así que cada cierto tiempo imprimo una selección de imágenes de los últimos meses y las coloco primorosamente en álbumes. Me lo paso pipa imaginándome a mis bisnietos pasando las hojas con cuidado en 80 años (“mira qué retro la bisabuela en carnavales vestida de corista de Bonney M”) y de vez en cuando disfruto muchísimo sentándome en el sofá a hojear los mejores momentos, el top 10, los “greatest hits” de mi vida reciente.

 

Con todo esto lo que quiero decir es que poseer ciertas cosas no es malo de por sí. Ser minimalista no significa vivir sin recuerdos o sin objetos que nos hagan felices, sino precisamente lo contrario, eliminar todo lo superfluo de nuestras vidas para llenarlas con aquellas personas, experiencias (y a veces cosas) que le dan sentido a nuestros días.

 

P.D. Y tú ¿cuáles son esos objetos por los que sucumbes a la acumulación? ¡Cuéntanoslo en los comentarios!

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*Foto de portada: Unsplash

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