A veces sentimos que no llegamos, vivimos agobiados por plazos y fechas, centrándonos como borricos sólo en lo que tenemos delante, en problemas por solucionar, tareas por hacer y listas por tachar. Son esos días en los que nos vamos a la cama repasando el top five de la siguiente jornada, damos mil vueltas antes de dormir y sentimos que nos falta hasta el aire para respirar.
Todos sabemos que el estrés es fatal para la salud, ya que no sólo te afecta mentalmente sino también de manera física. Y por mucho que ésto pueda parecer lo peor, la verdad es que ese estrés que generamos nos influye a nosotros pero también a los que tenemos al lado. Nos volvemos ariscos, agrios, taciturnos, grises… En definitiva, no hay quien nos soporte.
Es precisamente en esos momentos, en los que las preocupaciones aparecen como una gran marea y en los que parar parece un lujo, cuando yo visito mi lugar en el mundo.
Mi lugar en el mundo es mi lugar feliz, el sitio en el que me siento a gusto, protegida y a salvo de todo. Mi lugar en el mundo está ahí cada vez que lo necesito, y sin billete de tren ni nada. Cuando creo que estoy alcanzando mi límite de ansiedad me tomo unos minutos para retirarme a un rincón tranquilo, cierro los ojos, respiro y ahí están inalterables, las hortensias bordeando el camino y el olor de los limoneros.
Mi lugar en el mundo es la huerta de mi casa, el silencio, la lenta progresión de las flores de cada temporada, la siega, los estorninos danzando en el cielo, el suelo mojado, la sombra de la parra, el zumbido de las abejas, la hiedra que sube por el muro, la brisa, el sol, el agua.
Con el tiempo me he dado cuenta de lo importante que es tener un lugar en el mundo al que poder volver, aunque sea con la imaginación. Ese sitio que nos arranque de la realidad en esos momentos en los que sólo queremos parar el reloj aunque sea por unos segundos.
Tener un lugar en el mundo nos reconecta con los elementos de nuestra verdadera felicidad, y nos aporta bienestar y tranquilidad. O por lo menos eso es lo que provoca en mí. Es un ejercicio de relativización exprés (incluso más rápido que los 10 pequeños momentos) que nos hace recordar lo relajados que nos podemos llegar a sentir y lo poco que vale la pena amargar un día de nuestra existencia con preocupaciones que dejarán de tener sentido al día o a la semana siguiente.
Así que si todavía no tienes un lugar en el mundo al que acudir, sólo tienes que pararte a pensar en los sitios en los que has sido feliz, donde más tiempo te gustaba pasar siendo niño, los escondites a los que vuelves con asiduidad, esos rincones en los que te puedes pasar horas mirando el paisaje y sumergido en tus pensamientos. Puede ser una playa, el banco de un parque o una esquina en concreto de la ciudad.
¿A que ya lo tienes? Pues ya sabes a donde volver 🙂
P.D. Y tú ¿conoces ya tu lugar en el mundo? ¡Tengo muchísima curiosidad por saber cuál es!
*Foto de portada: Unsplash
Ana Samper
junio 9, 2016Alba que bonito el post, me he relajado solo de leerlo, y eso que son las 7 de la mañana!
Alba
junio 12, 2016¡Gracias Ana! Me alegro mucho de que te haya relajado 🙂 Un abrazo